And I didn't even like bread that much

Octubre 8, 2007

Es tarde para un desayuno, pero el hambre no se va sola. Estamos despiertos hace poco esta mañana de domingo. Tú eres un poco más tradicional en esto: siempre los días se ponen mejores con una taza de café... y pan. Pero no hay pan.

Te pones tu pantalón de trotar y yo mi blue-jean de siempre. Emparejo la puerta. Tomados de la mano salimos a la tienda, aquí a la vuelta. We like to walk together. That is happiness to us. Siento el calor de tu mano y su suavidad. Levanto mis ojos y encuentro los tuyos, sin pintar, y tu sonrisa, tus labios naturales, tu cabello de domingo. You are Beauty, and this is Happiness.

Del horno sacan otra tanda de panes en charolas. Pedimos de varios tipos para los próximos días.

De repente: silencio. Media vuelta. Gente extraña. Te veo, ya estás al tanto, estás alarmada. Un par de ellos ya está conversando con el dueño. Convenciéndole con sus pistolas. Otro más quiere todo lo que yo tenga. La billetera en la mano y el celular que abulta mi bolsillo. El cañón de otra pistola atrae fuertemente mi atención. Ahora esa cosa va en tu dirección.

La decisión es instantánea: como lo había practicado cientos de veces... al menos en mi cabeza. Yo iba a ser rápido, cegadoramente rápido. E iba a ser implacable. No conocía a esta gente y ellos no me habían hecho nada todavía. Pero todo el odio que había sentido contra alguien, por cualquier injusticia, a lo largo de toda mi vida, ahora estaba enfocado en un punto.

Fui rápido, y causé sorpresa, definitivamente. Pero curiosamente no fui tan efectivo como en las prácticas mentales. El tipo era fuerte, el arma no fue arrebatada del todo. Ya no te apuntaba.

Qué más podía hacer él, en esta situación imponderable, que usar la parte de poder aún en su dominio, el gatillo.

El ruido fue repentino y ensordecedor. Finalmente la pistola estaba en mi mano. ¡Lo hice! En mis labios se empezaba a dibujar una sonrisa y mis ojos sondeaban buscándote para compartir contigo la hazaña. Cuando te vi, toda triste como si te hubiesen robado algo muy preciado.

¡Estos desgraciados! El par que se había encargado de la caja ya estaba en la calle hacia rato y gritaba al otro tipo: ¡Qué hiciste pendejo! Sólo era un robo. ¡Ya déjala! ¡Deja pendejo! ¡Vámonos!

Se alejaban, y de la emoción perdí el equilibrio. Trate de apoyarme en una estantería, de sujetarme, de sostenerme. La dejé manchada. Caí sentado.

Ahora tu linda voz, tu dulce voz... tu triste voz. Dany, Dany, Dany, Dany. Te sonrío para tratar de aliviarte. "Hola osita. Me caí". Y me contagias. Y mis ojos también se humedecen. Te digo: "Todo va a estar bien". Y trato de acariciarte pero estoy muy débil.

Mis oídos zumban y no logro oír lo que gritas al dueño. No quiero que mires a otros lados. Ni que te enojes. Te digo: "Osita ya no te preocupes" y mantengo mi sonrisa. Estoy tan orgulloso de eso. Tu boca cambia y veo que me entiendes.

Te digo en mi voz más tranquila: "Abrázame, tengo frío. Dame un beso". Y cierro los ojos y siento tus labios húmedos, riiicos. Y siento tu pecho estremeciéndose contra el mío por el llanto. Te susurro: "Fue tan lindo". Mientras sigo sintiendo tu cálido cuerpo temblar, por un largo, largo, largo...


Autor: Daniel Ajoy

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