Y finalmente, allí estaba. Temiendo la muerte, muriéndome de miedo.
Por primera vez no había ya regreso, no había segundas oportunidades y cada instante era un diamante del porte del mundo y, sin embargo, el tiempo era como arena escurriéndoseme de los puños.
El pecho me dolía y el pánico me envolvía. Mi corazón se achurruscaba como una hoja de papel.
Y pensaba: ¿Cómo utilizaré este tiempo? Todas las máscaras caían, todas las cortinas se corrían. Ya no podía engañarme e inventarme pretextos. Ya no cabían más dilatorias, más retrasos.
Y me moría del miedo y se me salían los ojos y aún pensaba erráticamente. Resultó que no hay asidero seguro, todo es ilusión. Y pensaba ¿Qué es importante?
Y comprendí que estaba a punto de morir... mal porque estaba solo. Se me desfiguró la cara de la tristeza y de mi insignificancia, de mi estupidez.
Y gemí porque estaba acorralado. Ya nada dependía de mí. Todo estaba en manos de otros... extraños, ajenos.
Tu no tienes nada excepto tu vida; y cuando mueres...
Tu vida no es un pariente lejano
Autor: Daniel Ajoy
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