Seven years

Julio 29, 1994

Yacía sobre la cama de un departamento, un departamento pequeño pero confortable, recién adquirido gracias al ahorro de siempre y al fruto de los primeros sueldos. Víctor solía alardear de su independencia recién obtenida. Podía hacer lo que quisiera, cuando lo deseara. Podía decorar su apartamento a su gusto. Podía salir a cualquier hora y satisfacer pequeños caprichos con su propio dinero. Víctor era independiente y disfrutaba de los beneficios de la independencia, aunque no con desmesura. Sus padres habían temido todo este tiempo lo contrario, y se habían sorprendido gratamente al descubrir que su único hijo era más recatado y conservador de lo que habían pensado.

Víctor era independiente ya, y sufría las consecuencias de su tan añorada independencia. ¿Quién hubiese creído que mantener en orden un departamento tan pequeño requiriese tanto tiempo y esfuerzo? Era ahora cuando se percataba de las múltiples habilidades de su madre para procurar ropa siempre limpia, doblada, y comida caliente y deliciosa.

Por sobre todo esto, lo que Víctor más extrañaba era la compañía. Talvez esta era la causa de sus pesadillas. Sus pesadillas sí que eran molestas, hasta el punto de que, su recuerdo, perturbaba sus pensamientos de forma constante. Víctor trataba de hacer sentido de ellas, pero no se puede comprender algo que no se recuerda. Los despertares, sudorosos y sobresaltados a mitad de la noche, en una cama que había sido más un escenario de patadas y sacudidas que de reparador reposo, sólo venían acompañados de confusión. Las imágenes de todas sus pesadillas se disipaban desde el instante en que recobraba la consciencia, no así el tornado de emociones, miedos confusos arremolinados en su corazón, estos sí perduraban por largos minutos.

Víctor yacía otra vez en su cama empapado en sudor, nada le cubría, sábana y colcha ya habían ido a parar al suelo, y, en movimiento frenético, despertó y se sentó a la vez. Su sobre salto era mayor que las noches anteriores, pero esta vez estaba feliz... o triste. Esta vez, él recordaba las escenas tanto como las emociones, esto era un gran, gran alivio; pero lo que aquellas mostraban no era en lo absoluto motivo de alegría.

Había visto a un hombre conduciendo un auto de noche, por una carretera poco transitada. La carretera llevaba a un pueblo, el pueblo donde él vivía. El hombre había bebido mucho aquella noche, tanto, que lo único que comprendía era que había bebido, y que debía regresar a casa para evitar problemas. La carretera era nueva y estaba muy iluminada y el hombre venía escuchando música de la estación local. Pronto llegaría al pueblo y a su casa. Pensaba en qué mentira diría cuando, de la nada, una chica que tomaba la mano de un muchacho bajó a la acera, de espaldas y riendo, y mirando a su compañero.

De pronto, todo fue claro para aquel hombre. En la entrada al pueblo había un hermoso parque en el que, curiosamente, al inicio de cada verano se congregaban miles de luciérnagas dando un espectáculo inolvidable a aquellos que lo visitaban. Él mismo había recorrido aquellos senderos varias veces. Por la situación del parque, se habían puesto muchas señales preventivas. Él, en su estado, no había visto ninguna y ahora no podía detenerse ni evitar el hecho fatal. Luego, Víctor fue testigo omnipresente del desenlace de la fatalidad, escuchó los gritos y el llanto, sintió la ira, el dolor, la desesperanza, la desolación, la impotencia; la infinita tristeza al reconocer que aquel fulano era él mismo. De alguna retorcida manera él era aquel hombre. El hombre era él.

Cuando finalmente salió el sol la siguiente mañana, Víctor se sentía muy extraño, sentía una gran paz, como si supiese que el tormento de las pesadillas había acabado, pero al mismo tiempo sentía un gran vacío, como si tuviese sobre sus hombros deudas que no pudiese pagar. Su inconsciente nunca le había hablado tan fuerte, y él no pretendía ignorarlo, así que decidió tomarse el día libre, Algunas veces es imperativo establecer qué es importante.

Por primera vez, desde hace mucho tiempo pudo, encender la televisión y ver el noticiero de la mañana: "... el famoso concertista dirigirá esta noche una selección especial de sus obras, interpretadas por la Orquesta Sinfónica Nacional en el Domo - Auditorio Central. Las entradas podrán ser adquiridas a la entrada del auditorio o si prefiere...". Víctor siempre había tenido curiosidad por ver tocar música clásica. Siempre había imaginado que el ver a los músicos haciendo vibrar tan diversos instrumentos dirigidos por una sola persona debía ser algo emocionante. "... y en lo económico, el Instituto de Estadísticas y Censos anunció ayer que desde la instalación del nuevo gobierno, la inflación se ha anulado, y la producción nacional se ha triplicado convirtiéndonos en el primer país exportador de flores...". Quién diría, hasta hacen pocos años éramos totalmente dependientes del petróleo y ahora... Cómo había cambiado aquel país.

Víctor tomó un baño y salió a la calle. El sol brillaba intenso, sobre un cielo azul. El aire era puro, ya nadie respiraba a medias por miedo a envenenarse con plomo. Hasta los pájaros habían regresado a anidar en los árboles plantados en las aceras. Él sabía que esto no había sido así siempre, y se preguntaba dónde habían estado todas aquellas aves en los tiempos de los automóviles a gasolina. Ahora los autos eran mucho más vistosos, y al admirarlos, trató de imaginarlos haciendo ruido, gruñendo o algo así, pero le pareció ridículo. En el sueño, sin embargo, el auto hacía ruido, mucho ruido.

Pasó por allí un muchacho con un puesto de comida rodante. Víctor se percató de que su estómago le reclamaba alimento, olvidarse de la rutina de desayunar no era aceptable. Víctor pidió un hot-dog con todo, y pagó con una moneda diminuta. Mientras comía se puso a observar a un par de hombres, pintando un gran rostro en la pared blanca de un edificio. El muchacho, al verle fijar la mirada, dijo casualmente "Si no fuese por ella, seguramente seguiríamos como antes, ¿no cree usted?". "Las condiciones ya estaban dadas" contestó Víctor, con uno trozo de pan todavía en la boca. El muchacho, que quería respaldar sus afirmaciones continuó. "Pero deberá usted admitir que es muy inteligente, capaz, y sobre todo honesta". "Y muy bella también", dijo Víctor. "Sí, todavía es muy bella" susurró el muchacho, y añadió "Pero está casada y tiene un niño". Víctor bajo la mirada de la pared del edificio y contestó a media voz: "Eso, todo el mundo lo sabe" haciendo abochornar un poco al muchacho quien, al ver que no habían más ventas allí, al poco rato, tomó el carro y se marcho. Luego Víctor lamentó su comentario. Volvió a mirar el inmenso cartel y dijo para sí: "Tuvo mucha suerte".

La sensación de culpa, por lo dicho le hizo recordar aquel extraño sentimiento con el que despertó aquella mañana, y empezó a caminar sin dirección, siguiendo los pasos de alguna persona. A veces, se sentaba en una banca, o se quedaba observando las vitrinas de los almacenes. Siempre había cosas nuevas en las vitrinas, cosas en movimiento, cosas de hermosos colores, cosas con luz, cosas más pequeñas o más veloces. Aquel nuevo proyector holográfico, por ejemplo, con resolución mejorada y sonido cuadrifónico. El proyector mostraba a un violinista, de pie, interpretando una tonada. Era una tonada de moda. ¿Quién hubiese pensado que la música clásica iba a volver a ganar actualidad? Víctor recordó que esta nueva moda se había implantado gracias a personas como aquel director de orquesta... ¿Cómo se llamaba? No lo podía recordar. Aquel tipo casado con la ministra. ¿Cuál era su nombre? Víctor no lo podía recordar y eso le molestaba.

Perturbado, caminó hasta un parque y se acomodó en una banca frente a un grupo de niños jugando en unos columpios. Una señora gorda los cuidaba.

Víctor se puso a pensar en aquel extraño sueño, tratando de extraer de él su significado, pero mientras más pensaba, menos lo entendía y más desesperado estaba. Pensaba en aquel vacío que sentía, en aquella deuda, en aquella angustia.

Estaba por caer la noche y muchos de los niños ya se habían marchado, la señora gorda, sin embargo, seguía allí cuidando a los pocos que quedaban. En eso, un auto muy lujoso se parqueó en la acera frente al parque y Víctor creyó identificar al director de orquesta, todo engalanado frente al volante del auto estacionado. Bien podía ser, el concierto empezaba en una hora. Del otro lado del vehículo bajó entonces la muy inteligente y muy bella "ministra del interior". Víctor pensó: "Que me parta un rayo si la vida es curiosa, todo el día oyendo de ellos y ahora se presentan aquí", la coincidencia le pareció disparatada e irónica, pensó "Se ven tan felices" y al compararlos consigo mismo y su desolación interior pegó una estridente carcajada.

De pronto, un niño de los del grupo empezó a gritar. "Mami, mami!". y soltándose del brazo de la señora empezó a correr hacia la calle. Víctor abrió los ojos y vio como uno de esos veloces y silenciosos autos iba a coincidir con el niño en tiempo y lugar en medio de la calle. Víctor se levantó de un salto y empezó a correr en dirección del niño quién seguía corriendo y ya estaba en la calle. Su madre, en aquel momento, sólo alcanzó a gritar con sus brazos conteniendo su pecho, como para dar más fuerza a sus pulmones: "Damian, NO!". El niño se quedó entonces inmóvil mientras el auto, seguía adelante sin poder detenerse a tiempo. Víctor, en un instante de conciencia sublimada, se había fascinado con la velocidad con que había cambiado la escena de apatía a hiperactividad, de calma a virulento ruido, de paz a angustia general. Y se lanzó sobre el niño empujándolo a los brazos de su madre mientras las llantas del vehículo le trituraban los huesos.

Al entender, todos los acontecimientos de aquel loco día en esa fracción de segundo, no pudo más que reír, su última risa, mientras se desvanecía.


Autor: Daniel Ajoy

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